El principio de todo

Desde el momento de mi nacimiento, la complejidad de mi existencia ya se hacía evidente, aunque no fui consciente de mi historia hasta alcanzar los siete años de edad. Antes de adentrarme en este punto crucial de mi relato, compartiré cómo llegué a comprender que mi realidad no estaba exenta de compañía, sucesos extraordinarios empezaron a manifestarse a mi alrededor

El despertar de la coincidencia

Apenas había cumplido dos años, siendo una niña llena de alegría y felicidad en aquel entonces. A pesar de que era recién conocida para la familia que me acogió, fui rodeada de amor y afecto desde el principio. Nos encontrábamos inmersos en el seno de una familia que representaba los estándares de la alta sociedad de la época. Sin embargo, un acontecimiento marcó un giro inesperado en nuestras vidas. De manera inexplicable, comencé a manifestar un comportamiento peculiar; aunque apenas comenzaba a pronunciar mis primeras palabras, mostraba una reticencia a comunicarme. En ese entonces, la presencia de amigos imaginarios no era un fenómeno inusual, lo que podría haber llevado a pensar que mi conducta era algo corriente. Después de transcurrir un período considerable, mi comportamiento empezó a suscitar preocupación entre quienes me rodeaban.

primeros encuentros

*A medida que crecía, mi comportamiento peculiar se volvía más recurrente. Sin embargo, uno de mis encuentros con un ser extraordinario, que me acompañó durante un largo periodo, persiste en mi subconsciente. Aunque mis recuerdos de este encuentro se desvanecen, solo logro recordar las narraciones que mi madre me hizo tiempo después sobre las historias que yo le contaba. Mencionar que ella me escuchaba con atención, creyendo que tenía una hija con mucha imaginación. 

*Con profundo afecto, recuerdo el día en que mi abuela se despidió de mi, ya que debía partir de este mundo. Apenas contaba con siete años de edad, me encontraba sola en casa, mientras mis padres permanecían junto a su lecho, entre lágrimas, presenciando su último aliento.

Bendita adolescencia

Durante aquel período, la manifestación de lo que podría describirse como mi habilidad singular se tornó cada vez más evidente. A los catorce años, me adentré en los temas característicos de la adolescencia. Formaba parte de un círculo íntimo de amistades con las que mantenía una relación estrecha y armoniosa, hasta que un suceso inesperado alteró el equilibrio que había caracterizado nuestra convivencia.

En un instante impredecible, perdí el dominio sobre mis emociones, y estas se desencadenaron de forma descontrolada, sin mi consentimiento ni comprensión plena. Inicialmente, mi círculo social no le atribuyó la debida seriedad a esta transformación en mi comportamiento. Sin embargo, con el devenir del tiempo, la percepción de eventos venideros o la capacidad de comunicarme con entidades invisibles e inaprehensibles para ellos añadieron una capa de complejidad a mi existencia.

A partir de entonces, experimenté una disminución en mi sentido de singularidad. Surgió en mí la profunda sensación de que este mundo, tal como lo concebían mis compañeros, no se alineaba plenamente con mi percepción y experiencia personal. Esta desconexión me llevó a reflexionar sobre mi identidad y mi lugar en el cosmos, desencadenando un proceso de introspección y búsqueda de entendimiento.

Así, aquel período marcó el inicio de una travesía interna en la que me vi compelido a reconciliar mis habilidades peculiares con el entorno que me rodeaba, a la par que lidiaba con el desafío de encontrar un propósito definido en un mundo que parecía no comprender del todo mi naturaleza única

Aceptación de un don especial

Aceptar la propia singularidad no resulta sencillo, especialmente en una sociedad que no alcanza a comprender la posibilidad de una realidad más amplia que aquella que considera como única. Fue una etapa de profundos desafíos, donde me debatía entre revelar o mantener en secreto mis habilidades innatas, las cuales habían formado parte natural de mi existencia. Me hallaba en una encrucijada, sin un rumbo claro para enfrentar el mundo que me rodeaba.

Con el paso del tiempo y alcanzando una edad madura, tras años de aprendizaje y aprovechamiento de todas las oportunidades que el universo me brindó, puedo afirmar con gratitud que he llevado una vida plena. Hoy, con la dicha de tener dos hijos y una nieta, me siento comprometida a compartir mi relato. Creo firmemente que mis vivencias pueden servir de guía a aquellos que se encuentran en la encrucijada de aceptar su singularidad y aprender a valorar el extraordinario don que la vida les ha otorgado.

Por ello, insto a cada individuo a no ocultar su talento, sino más bien a mostrarlo con orgullo y ofrecer su ayuda a los demás, enriqueciendo así el tejido mismo de nuestra existencia colectiva

¡Jamás debes renegar de tu propia identidad; enorgullécete de ser quien eres y de cómo te has formado!

 

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